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Jaulas digitales en un aeropuerto neoyorquino

Nueva York, EU.- Pasear por el aeropuerto LaGuardia es un
viaje en el tiempo. Las terminales están desfasadas, con pasillos estrechos y
de techos bajos, alfombras descoloridas, mobiliario anticuado…

 

A falta de que concluyan unas eternas obras de renovación
-nueva terminal central y nuevo centro de transporte público-, guarda un
ambiente ochentero, de cuando los aeropuertos no tenían tantas paredes de
cristal y los suelos relucían menos, pero se podía volar sin quitarte los
zapatos y los asientos de los aviones no se hincaban contra las rodillas.

 

Esa atmósfera caduca contrasta poderosamente con los
nuevos elementos instalados en LaGuardia, con los que el viaje en el tiempo es
también hacia un futuro distópico, propio de la serie «Black Mirror».

 

Desde hace algunas semanas, su terminal B tiene unas
extrañas cabinas blancas. Alineadas en uno de los pasillos, con pantallas
táctiles en las puertas, su nombre es todavía más bizarro que su apariencia:
Jabbrrbox. Son, según sus creadores, «ecosistemas de espacios privados
bajo demanda».

 

SIEMPRE CONECTADOS

 

La idea es ofrecer al viajero de negocios un microespacio
de trabajo sin distracciones: aislado del ruido de la terminal, sin el ir y
venir de pasajeros, con conexión rápida y fiable a Internet.

 

Y concede algunas comodidades: hay varias tonalidades de
luz, suficiente espacio para albergar la maleta de mano, cargadores USB y una
pantalla táctil donde comprobar si su vuelo va en hora (y, de paso, sacarse un
selfie). Su precio es de 10 dólares por 15 minutos, 30 dólares por una hora.
Exagerado para algunos. Una ganga, dirán quienes requieran tranquilidad.

 

Sus creadores son Brian Hackathorn y Jeremy Jennings. Al
primero se le ocurrió el invento un día que se encontraba en pleno Manhattan,
lejos de su oficina.

 

Dos fenómenos hacen que cada vez sea más difícil
encontrar privacidad en el ámbito laboral: la tecnología nos ha hecho más
móviles, pues el teléfono, el portátil y la conexión casi ubicua a Internet nos
permiten trabajar en cualquier lado; al mismo tiempo, los espacios de trabajo
son cada vez más abiertos: adiós a los despachos y a los cubículos.

 

Su idea es repartir estos «mini-oasis»
laborales cerca de grandes oficinas y en lugares de transportes. LaGuardia es
el primer paso del experimento.

 

De momento, los viajeros miran a los trabajadores en sus
cabinas como a monos enjaulados (la compañía se plantea poner otro tipo de
cristales o cortinas), pero el aeropuerto guarda otra sorpresa al salir de la
terminal: un agente de seguridad robótico. Tiene el nombre de Knightscope K5 y
se parece a R2D2, de «La guerra de las galaxias».

 

Se desliza por la acera de la terminal, graba vídeo con
sus cuatro cámaras, registra sonidos, interacciona con los viajeros… Nadie sabe
muy bien para qué sirve, pero un delicioso artículo de «The New York
Post» asegura que el robot ha sido manipulado para que incomode a varias
trabajadoras del aeropuerto. El futuro ha llegado y lo ha hecho en un escenario
sacado de «¡Aterriza como puedas!».

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