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¡Enterrado vivo!

Monclova, Coah.- Una triste tarde gris de 1849, varias
personas acudieron al panteón ubicado en lo que ahora es la Escuela Primaria
“El Socorro” de Monclova. Como ya estaba pardeando prendieron sus antorchas, el
grupo compuesto principalmente por autoridades se dirigieron a una tumba en
especial.

 

Temían que algo raro pasó en el interior de uno de los
féretros recién sepultados y por ello comenzaron a excavar el terreno para
sustraerlo. Al poco rato los encontró la noche en medio de las pocas
sepulturas.

 

Hacía algunos meses que clausuraron el panteón del
hospital real que se ubicaba atrás del Museo Coahuila y Texas tras quedar
atiborrado por las cientos de muertes que dejó a su paso la epidemia de cólera
en 1833.

 

Es por ello que hace 169 años, el Presidente Municipal
José María Flores al escuchar sobre un nuevo brote de esta mortal enfermedad en
la actual Piedras Negras, mandó construir el cementerio, que la historia
describe como sumamente grande. Previendo más decesos.

 

Se hallaba en el cruce de las actuales calles Ocampo y
bulevar Pape donde la extraña escena estaba a punto de comenzar: Lograron
sustraer el ataúd de madera y con sumo cuidado lo depositaron en el terregoso
suelo.

 

Conservaba aún lo brilloso de la madera pulida pues
apenas escasos días había sido enterrado y procedieron a abrir aquella caja
mortuoria mientras a lo lejos los aullidos de los perros rompían de tajo el
silencio de “la villa del señor”.

 

Cuando aquel cadáver quedó exhumado, todos se llenaron de
espanto al verlo pues conservaba una mueca de terror, sus brazos estaban en una
posición como si hubiera tenido una espeluznante desesperación.

 

Ya estaba en proceso de putrefacción y el nauseabundo
olor inundó el área obligando a los presentes tapar su boca y nariz con un
pañuelo embarrado de un oloroso bálsamo para evitar en la manera de lo posible
aspirar el tufo.

 

Incluso la parte interior de la tapa del cajón tenía
rasguños y al alumbrar más cerca buscando evidencias, es muy probable que los
justicias encontraran uñas encajadas en los surcos de la madera y la tela del
forro estaba rasgada. No había duda alguna, aquel desdichado había sido…
¡Enterrado vivo!

 

FUE ALCALDE EN VARIAS OCASIONES

 

Quien tuvo esta atroz muerte fue nada menos que el
Capitán José María Simeón Uranga Aguirre, quien participó en la captura de los
Insurgentes en Acatita de Baján el 21 de marzo de 1811.

 

El militar que tenía grado de Alférez nació el 17 de
febrero de 1787 en Chihuahua y es descrito por el escritor e historiador José
María de la Fuente Muníve como: “De aspecto raquítico, chaparrito y delgado;
aperlado, pelo y barba escasos, negros con pocas canas; de avanzada edad”.

 

Fue hijo de Francisco Javier Clemente Uranga Trasviña y
María Zeferina Aguirre Fernández quienes tuvieron otros cuatro retoños. Padecía
de epífora, condición oftálmica que produce un lagrimeo continuo y por ello
utilizaba anteojos oscuros de cuatro vidrios que “levantaba frecuentemente para
limpiar las lágrimas con su pañuelo que traía siempre en la mano”.

 

De la Fuente Muníve también apuntó en su obra escrita en
1910: “Era instruido, amable, de trato fino y conversación agradable. Siempre
fue funcionario Público, regidor y Juez de letras”.

 

La descripción tan minuciosa fue posible ya que el autor
conoció de cerca al Capitán púes eran compadre de sus padres Luciano de la
Fuente y Juana Muníve a quienes frecuentaba a diario en su domicilio.

 

A los 23 años, durante un viaje que hizo a Saltillo
conoció al héroe independentista Mariano Jiménez y se puso a sus órdenes para
luchar por la causa que el Cura Hidalgo defendía.

 

Uranga se convirtió rápidamente en su hombre de confianza
y el caudillo le encomendaba labores de mensajería sumamente importantes
nombrándolo ayudante personal y lo ascendió a teniente.

 

Por ello cuando Jiménez nombró a Pedro Aranda como
Gobernador de Coahuila ordenó que el joven militar fuera el brazo derecho de
éste para que lo auxiliara en su mandato llegando a Monclova el 15 de enero de
1811.

 

Cuando Ignacio Elizondo llegó en busca de conspiradores
para iniciar la contrarrevolución, Uranga Aguirre fue de los últimos en
adherirse al plan pues escuchó noticias que Facundo Melgares estaba en Parras
junto a Félix María Calleja con una demoledora división aproximándose por San
Luis. Además al saber de la aprehensión de Ignacio Aldama y el padre Juan de
Salazar en San Antonio Texas creyó que todo estaba perdido y consideró
conveniente que para salvar su vida era preferible aliarse con Elizondo.

 

Junto a Benigno Vela, por órdenes de Pedro Aranda preparó
la fiesta de Doña “Chepita” Castro el 17 de marzo, ya que era el hombre de sus
confianzas y cuando Ignacio Elizondo entró al festejo parta capturar al
Gobernador, Uranga y Menchaca custodiaron la puerta con 20 hombres para evitar
un escape.

 

Él fue quien redactó la carta que firmó bajo amenazas
Pedro Aranda, donde se hacía creer a los insurgentes que serían recibidos por
aliados en Castaños y Monclova. Esa misma noche Uranga y el soldado Pedro
Bernal fueron hasta la hacienda del Anhelo, donde entregó la misiva al propio
Jiménez que lo recibió con júbilo sin saber lo que les esperaba en Baján.
Nuestro protagonista se casó con la monclovense María Ignacia de los Santos
Guajardo y procrearon 10 hijos.

 

José María Uranga Aguirre fue alcalde en varias
ocasiones: 1816, 1822 en ambos de segundo voto; 1825, 1828, 1835; Vuelve a
ocupar la silla en 1843 tras la renuncia Juan Camacho.

 

CREYERON HABÍA FALLECIDO

 

A pocos meses de construirse el nuevo panteón en 1849,
como previno el alcalde Flores se desató la epidemia conocida como “El cólera
chico” que al igual que 16 años atrás comenzó a mermar la hoy capital del
acero.

 

Muchas familias huyeron a Saltillo o Parras para evitar
contagiarse del mortal Cólera Morbus, enfermedad infecto-contagiosa que produce
diarrea y lleva a la pronta deshidratación sobreviniendo la muerte (La vacuna
fue descubierta hasta finales del siglo XIX por el español Jaume Ferran I Cua).

 

Entre los que huyeron para conservar su vida era el Juez
de letras de Monclova y por ello Uranga Aguirre, entonces de 62 años, y
Diputado Coahuiltejano, tuvo que asumir el cargo. El hombre tenía gran sentido
de la responsabilidad pues a decir del director del Archivo General del Estado,
Lucas Martínez Sánchez, desde los hechos en Castaños siempre estuvo activo en
la función pública.

 

Diario se observaba el carretón con los panteoneros
llevando cadáveres apilados para darles cristiana sepultura entre ellos el
propio alcalde Simón Blanco Muzquiz, y el regidor José María Flores, que como
dato curioso, sus restos fueron los primeros que reposaron en el panteón que
mandó construir.

 

José María Uranga no escapó a las garras de la bacteria
asesina y enfermó súbitamente siendo diagnosticado por los médicos como
portador del terrible mal y tras cuadros severos de diarreas fue declarado
muerto. Su corazón dejó de latir y se informó a las autoridades sobre su
fallecimiento quedando registrado en los libros de defunciones.

 

Debido a que se creía que los cadáveres podrían propagar
la infección eran llevados inmediatamente al camposanto e inhumarlos a la
brevedad posible.

 

En ese tiempo existieron muchos enterrados vivos y
desgraciadamente en aquellos años aún no se inventaban las campanas de
seguridad, método que consistía en instalar, a petición de los familiares, una
pequeña campana unida a un hilo que viajaba hasta las manos del cuerpo en el
ataúd. En caso de ocurrir un “entierro prematuro” como se le conocía a estos
incidentes, la víctima podría accionar el dispositivo para ser escuchado y
desenterrado.

 

Por ello fue la revisión del féretro de Uranga,
sospechaban que estuviera vivo y al ser un personaje importante decidieron
revisar.

 

De acuerdo a registros históricos consignados por José
María de la Fuente, Uranga sí fue enterrado vivo y explica que el día de su
aparente muerte en realidad sufrió un síncope, que es una pérdida pasajera del
conocimiento donde se paraliza momentáneamente los latidos del corazón y la
respiración. Esta condición se origina por la repentina falta de sangre en el
cerebro.

 

Uranga tuvo el infortunio de experimentar una de las
peores pesadillas del ser humano: despertar dentro del féretro en completa
oscuridad, sin poder moverse del todo y con ataques de pánico y claustrofobia
(miedo a espacios cerrados).

 

Imagine por un momento la desesperación de este personaje
antes de morir y el asombro que llevaron las autoridades al observar el
espeluznante rictus que mostraba el cadáver. La realidad muchas veces supera a
la ficción y esta macabra página histórica así lo demuestra.  

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