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#LaColumna: El falso dilema de las violentas en protesta

Por
Rodrigo Sotelo / Twitter: @masmedio

Va siendo hora de que, como comunidad en su conjunto no
menos angustiada y aterrada por la inseguridad e impunidad que a todos afecta, sin
excepción se escale al “No me representan”.

El No me
representan
entendido como una potente expresión de condena a quienes son
generadores directos de la violencia, pero también a quienes envueltos en la
bandera de la victimización esparcen odio y generan más agitación.

Lo ocurrido ayer en Catedral no puede quedar como una
anécdota ni cubrirse convenientemente con la excusa de la indiscutible
legitimidad del fondo de la protesta feminista.

A los gobiernos de todos los niveles sí hay que
exigirles, exhibirlos, incluso tumbarlos
por la vía de las instituciones;  pero
nunca recurrir a los mismos abusos y excesos que se acusan para alcanzar el
propósito.

Lo que hacen la mayoría de las mujeres que marchan,
justifican y hasta festinan agresiones y destrozos, por odioso que les resulte abrazan
un falso dilema que ahuyenta simpatías y les produce un contrasentido.

Las mujeres que contemplan, las que permiten y las que
participan del vandalismo, algunas todavía ufanándose con el “fuimos todas”, caen prácticamente en lo
mismo que las mueve a protestar contra los “onvres
que no actúan para detener la violencia que les afecta.

Las que piden obviar estos actos vergonzantes y que al menor
señalamiento se aglutinan con un cínico “que
no nos dividan
”, se convierten en cómplices de sus similares que,
predeciblemente, habrán de defender o etiquetar como infiltradas.  

Lo que estas mujeres que curiosamente se sienten seguras quemándolo todo no entienden, es que no
podrá haber tranquilidad si a cada grupo con demanda legítima se le permite
recurrir a salvajismos que solo provocan más desorden.

Las mujeres y hombres violentos, merecen un trato acorde
a las faltas que cometen.  

No es decoroso escudarse en sofismas como ese de que “les preocupan más las paredes” o en la
ofensiva generalización de que todos los hombres por definición somos opresores y machistas.

A todos conviene desacreditar absurdos que solo a mentes
pequeñas satisfacen: que se condene y se pida hacer respetar la ley no es
sinónimo de represión ni mucho menos estar a favor de que las sigan matando.

Como tampoco es equivalente a respaldo y eficiencia que
el gobierno les permita estas bestialidades.

También es una estupidez sugerir que con grafitis y vidrios quebrados se ganará consciencia
y disminuirán acosos o violaciones.

Lamentar lo que ocurrió en Catedral ayer no nos pone del
lado de los pedófilos; como tampoco anula nuestra capacidad de comprender la
lucha de las mujeres víctimas de la violencia.

La actuación de quien se manifiesta y de quien regula
nuestro comportamiento, debe pasar por una condición imprescindible para una
convivencia socialmente civilizada: el respeto.     

Como padres y madres de familia, también tenemos la obligación
de cuidar que nuestras hijas se preparen, destaquen y representen su género con
el argumento del esfuerzo, la integridad y la capacidad.

Ayer, por ejemplo, mientras unas se sentían extasiadas,
casi realizadas, porque mantuvieron en zozobra a decenas de personas atrapadas
dentro de Catedral; llegaba un contingente de jóvenes mujeres que participaron
en un ejercicio estudiantil de las Naciones Unidas en la Universidad de Arizona.

Decenas de alumnas sonorenses de secundaria y
preparatoria (también acuden hombres) que por seis meses se concentraron en
recibir talleres de oratoria, expresión corporal, liderazgo, inteligencia
emocional, diplomacia, resoluciones.  

¿Cuántas de las que marchan ofuscadas o de las que interceden
a ojos cerrados en redes sociales tendrán idea de esto o habrán alcanzado estos
logros académicos formativos y que abren espacios sin necesidad de cuotas o de
exigir privilegios?

Estas mujeres educadas, solventes e inteligentes, no se
imaginan con la cara tapada, bichis, gritándole violador y pito chico a un hombre que las graba o pidiendo el aborto legal por fuera de una iglesia.

No es un problema de machismo, ni de inequidad o falta de
sororidad… es comodidad, incoherencia y la inclinación de muchas feministas por la mediocridad.  

Aunque es cierto, por fortuna no todas son iguales.

Gracias y hasta la próxima con el favor   de Dios

Rodrigo
Sotelo Mendívil

Director
General Masmedio

Correo: rodrigosotelo@masmedio.com                                                                                                                               

Twitter:
@masmedio

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